Aposté mi hacienda y dos caballos
por encontrarnos a la orilla
de aquel lago de aguas tranquilas,
pensaba llevar escondido
en una mano y en la otra un poema
lleno de sentimientos y reseñas,
con los que dejarte dispuesta
a volver a vernos cada mediodía
antes de la hora de la siesta
cuando la angustia asoma
y el hambre aprieta,
pero tu insolencia siempre presente
me dejó con las ganas plantadas
y las pretensiones de verte
resueltas como lamento
impresas en aquel ramo,
inesperada decisión
que dejo a mi corazón sin motivo,
herido de muerte y sin tu cariño…