Llegó un momento que confundía
el aroma del café que estaba tomando
con el humo del cigarrillo que ardía
entre sus dedos, como brasas
en la orgia de un infierno sin diablo,
cruzó el pequeño bar dubitativo
buscando alguna cara conocida
o un simple diario
con el que apagar sus ansias
de matar el intervalo, lentamente
como lo hace la suerte
del que pierde la vida lentamente
y se agarra a un adorno de oro
pensando que con su energía
se atraviesan universos de estrellas,
sin el compromiso
de ninguna de ellas por un astro
por el que no gime el viento
ni teme otra estela planetaria,
en esta última etapa llegó a la barra
y mirando fijamente al camarero
le espetó por el periódico,
perdone señor, pero hoy
mejor deje de mirarlo
porque la única noticia
que merece la pena, simboliza
un rostro demacrado aplastado
por las ruedas de un coche
sobre el asfalto de una acera
fría como su mirada,
intentando alcanzar la calzada
hacia la que nunca su suerte
debió empujarlo con tanta pujanza...