No fue un mal tropezón
ni tan siquiera
la bravura del enemigo
quien le apartó del camino,
por su obsesión de vivirla
en paz con su interior,
aguantó tormentas y rayos
con la estoicidad del árbol
a la ribera del barranco
y apagó fuegos maldecidos
por la heroicidad del viento
en bosques de suburbios,
trató siempre de tú
al mismo diablo cada vez
que lo creyó necesario,
pero no pudo apagar la cerilla
que ardió como paja
en el interior de su alma
y esto le desprendió
de la vida con la facilidad
con que se rompe una jarra
mal tirada y la fragilidad
de una relación no compartida…