Maldigo ese quejido
que como daga hiriente
repleta de codicia
se funde con el deseo
de la tan anhelada existencia,
Suspiro por tus miradas
esmeraldas de día
y zafiros en tinieblas
que te guían como lazarillo,
Amo tu dulzura de mujer,
lozana y vigorosa
que tan sin siquiera rozarme
calma mi ansia impetuosa.
Deseo tus caricias
que transformadas en besos
caldean más que veinte soles,
Adoro la voluntad mimosa
con la que tus instintos
alivian mi pasión desbordada.
Y al fin ansío
la cascada fogosa
con que estallan las ganas
saliendo de tu boca.