Murió sorprendido
por tanto adelanto moderno
a todo un pueblo sencillo
de gente sincera que día a día
seguía una misma vereda
cuyo destino,
era acabar como sus precursores
sin gloria ni pena,
hombres de cuchara y bota de vino
duros hasta lo inimaginable
y sinceros mas que el catecismo
del que se servían solo para curarse
cuando estaban heridos,
aunque no era en forma de rezo
si no mas bien de improperio,
tímidos
en sus relaciones con extraños,
camisa blanca de algodón
y pantalón remendado,
la gente de mi pueblo era cabal
de palabra y natural
por encima de cualquier libro legal,
sus leyes venían de boca de sus abuelos
y en el comer para nada ligeros,
porque un pan grande
no les bastaba
hasta el siguiente refrigerio,
Jacinto,
murió pobre como nació
pero a la vez contento
porque cada vez
que salía un nuevo invento,
de los principios de siempre,
se llevaba un buen fragmento...