Mientras sus piernas cargaban
el dolor de su cuerpo
con el aura asediada
por el eco de quien busca consuelo,
su mente hervía de ruidos
ajenos a lo que curioseaba,
el mundo se había detenido
por un crepúsculo ajeno
que le hacía daño
como el palo al cuchillo
y respirando de aquel maldito aire
envenenado por su falta de oxígeno,
cargó su mochila y huyó perezoso
falto de fuerzas y aturdido,
hasta donde respirar tranquilo
de nuevos aires que abrieran
su pecho encogido
al paraíso de la excelencia,
un reducto escogido
por lo exclusivo de su existencia…