Olían a algas a la deriva
y mar rizada
aquellas calles estrechas
un día en horas de siesta
en una mal encarada primavera
cortejada por un frío otoñal
que le arrastraba
hacia el parc de la mar,
las torres de la catedral
le servian de guía,
aunque dudaba si calmar antes
en can Joan de S’Aigo
con chocolate y una ensaimada
tanto desaliento que le embargaba,
caminaba despacio
sin miedo evidente
tapado hasta los dientes,
bucanero de andares tristes
como el ala de su sombrero,
coronado por la pluma de un ave
del estanque de S´Hort des Rei
intentando calmar el hambre
que le embargaba
unos días antes
haciéndola servir de vianda,
locura de pirata viviendo su libertad
por el casco de palma
con la quilla hecha trizas
y las velas desparramadas
por playas sin disciplina
con el plomo de alabardas
y pistolas enmohecidas…