Fué aquel cruce de miradas
que brillaba con luz propia,
el que decia todo
lo que nuestros labios callaban
y nuestros cuerpos presentian,
el ocaso se presentó despacio
buscando un rincón
desde el que dar sentido al atropello
que nace del corazón
pero andaba ausente de razón
en lo más profundo del cerebro,
el instinto nos guió
hacia una playa de arena
donde descalzos por las ganas
y hambrientos por comernos
sin apenas conocernos,
confiamos de una intuición
nacida por la simple vista
de nuestras sonrisas,
cayó el sol por el precipicio
de un horizonte lejano
y donde pensamos no ser vistos
nos desnudamos a un destino
que con el correr de los años
busca un infinito,
con el único recuerdo de querernos
como la primera vez que nos miramos...