En cuanto abrí la ventana
caí en la cuenta de que se trataba
del canto de aquel pájaro
al que un día abrí la puerta de su jaula,
y que ahora para agradecerme
aquella libertad que él entendía
como regalo, se exhibía con trinos
que nunca supe donde había aprendido
y que salían de su pico con la facilidad
con que un músico toca la guitarra
después de muchos años de oficio,
sin pretenderlo lo que nunca echó de menos
fueron aquellos años enjaulado
sin la necesidad de defenderse,
creyendo que aquel gato negro
que tantas veces miró a través de los barrotes,
esta vez encima del árbol no vino a verle
si no a cumplir con aquella otra maldita
cadena, que se llama subsistencia
y que como el canto formaba parte
de la vorágine de vida
donde le había soltado sin avisarle…