El colegio
estaba al final de la cuesta,
o al principio de la bajada
donde le acariciaban los dedos
con los que forjaban los sueños,
entre la desdicha de un tiempo
donde la dicha del aprendizaje
se suturaba con aguja, bramante del duro
y el patrón que cosía los sueños
pegando las manos con engrudo
que los fijaba por la fuerza del prototipo
con escolta y el abuelo vencido,
una mixtura nómada opositora
dispuesta a su vuelta a la vida
siempre que el que vive del cuento,
piense que el despojado
gasta más de lo que necesita
para mantenerle apartado,
un cajón donde el recuerdo
se mantiene cerrado y dispuesto
a saltarse el candado
con denominación de tolerancia
y la desgracia que la llave la guarda
el mismo fantasma con otra esencia
a la que se respiraba en aquella escuela,
pero la misma sábana conque disfrazaba
su dignidad egoísta y su bigote estilista…