Nunca entendí el amor al dinero
el peor consejero del alma
ni opiné de las cosas de otros
porque la envidia miente descarada,
un amor no correspondido
por entender que fue vivido,
nunca creí que pensar fuera pecado
por su aporte al entendimiento
y lo de perdonar para mí
siempre fue un juego
que alivió mi soledad,
hoy me regocijo en la paz
dulce y serena
que como paloma blanca sobrevuela
cada uno de mis pensamientos,
amparándome en la distancia
de que la decepción es maestra
y que renunciar, la cadena
que nos mantiene presos
porque las cosas que valen la pena
sin esfuerzo, son hijas de la vanidad…