Las campanas de la iglesia
marcaban las doce de la mañana
andaba ligero como mis ganas
por llegar al encuentro,
con el almuerzo del medio día,
en la otra un montón de miedos
que despejaba cuando cruzaba
cada zarzamora del camino,
el yesar a lo lejos esperando
con monotonía mis risas
de niño pequeño y la comida,
una fuente de agua fresca
en la que aliviaba canciones viejas
y leyendas confusas en mi memoria,
no pasaba de los doce años
mi piel morena jugando
con una pelota en la era,
la escuela de las monjas
donde cantaba las tablas
sobre un pupitre de madera
manchado de tinta negra
y sobre la pizarra escritos
que ensalzaban unos tiempos
de lágrimas y victoria
de una guerra que no fue la mía,
saltando a la comba muy lejos unas niñas
los almendros llenos de flores blancas
y unas habas tiernas de las huertas del camino
que robaba como alivio a mis tripas vacías…