Era un pueblo encantado
con el poder mágico de la alegría
colgado como farolillo
en cada una de sus ventanas,
y la canastera tejiendo
alfombras de enea
sentada en una silla de madera,
pueblo sencillo de alcaldesa
con el estilo de entonces,
pelo negro suelto
y en su solapa la bandera
jugando como niña con la retina
prendida de una alegría pegajosa,
el juez vestido de negro
con capa intentando tapar su frío
y en las eras llenas de trigo
cuatro mulas dispuestas,
primavera extraña
de sueños y recuerdos
con calles de piedra y su iglesia,
sin cura ni bautizos previstos
ni bodas que hablasen de futuro,
un pueblo encantado con el desencanto
de haber nacido escondido
entre sierras de agua clara
sin caminos ni esperanza…