La plaza semivacía anunciaba
una primavera triste
de fantasmas que se burlaban
de sus poemas con la arrogancia
del que no entiende de poesía,
como dioses amurallados
miraban al cielo
cuatro soldados sin guerra
las chaquetas desabrochadas
y los galones pintados sobre sus brazos
hablaban de miedos, de sus añoranzas
por una guerra en la que nunca lucharon,
mientras dos viejos gatos raídos de pelo negro
miraban desde la azotea
si alguna rata distraída cruzaba
la plaza con la garganta presta
y entre estas soledades
apareció aquel hombre
por la puerta de la iglesia semicerrada
intentando convencerles sin ganas
de lo siniestro de las izquierdas
y el relajo amurallado de un hombre
cuando cruza la calle siempre por la derecha…