Gigantes eran aquellos venenos
que a mi razón sedujeron
tras la estela de tus encantos
con el apetito de mis breves alegrías
y el hambre grande de tus caprichos,
acosando en mi cerebro
como enormes encuentros
tras el cristal del apetito tirano
de mis fantasías trepando
el muro resbaladizo de tus escalas,
intentando perseguir un mañana
callado, con la paciencia
de arder a tu lado como tea sin hoguera
en la que consentir
el recuerdo de tus cenizas,
edad dorada por el sello del oro
y el menosprecio de la plata
siempre presente de la envidia …