Soy yo quien sonríe cada mañana
ante la capillita de su estampa
y en su reflejo aprecio la flama de una estrella,
con el coraje de una luna inmensa blanca
se adentra en un tiempo en que las manos,
como girasoles en el mes de mayo
devoran los rayos de un sol quebradizo,
invisibles a los ojos por la sacudida altanera
del acento de la lengua andaluza,
voces que avanzan como pájaros libres
entre las ramas de olivos
verdes y centenarios con la insignia
de la verdiblanca, una bandera
que marca los principios de una tierra
con los colmillos prestos a su defensa
y el arte de la alegría paladeando
el infinito pacifico de su alma
prendido del pico de una paloma blanca
como emblema de su hermosura,
una tierra que no contesta a preguntas
sobre su condena infinita
a consonantes escondidas tras sombras
que simulan calcinan vocales
prodigio en el verso
elaborando la poesía más rica del universo…