Solo se amarla lánguida
sobre arena del desierto,
con la paz conspiradora
de su mirada tierna
y el conjuro eterno
que emana su piel morena,
quemada por las caricias
de los rayos traviesos
de veinte soles de primavera
bajo el dintél de un amanecer
con sus nubes coloreadas,
corriendo subo la cuesta
desde la que como atalaya
vigilo su paso al canto
de tres ruiseñores
que con sus voces transgreden
todas las leyes de la armonía,
haciendo de su paseo
un desfile donde
sobran las palabras y se abre
la puerta a la poesía
con el ritmo melodioso
de sus presagios que la adivinan
firme y tímida
como el presente de sus encantos...