Me dejé arrastrar por la melancolía
donde el aciago mundo de los recuerdos
se viste de gala y solo encontré
un pueblo repleto de alegrías
donde las penas por hambre apenas cabían,
una casa pequeña casi vacía
con cuadra en el fondo y una chimenea
alimentada por una lumbre de leña,
por lecho un tarimado de madera
con un crucifijo en lo alto
y un colchón relleno de lana de oveja,
un comedor que no se usaba
para recibir de guapo a las visitas
donde se guardaba la escopeta
que mitigaba el hambre
y en un cuarto pequeño al fondo
la hoz el hacha y la vara,
que mas que emblemas de política
representaban la decencia
con que sus hombres se ganaban la vida,
el agua apenas había llegado
a cada una de sus casas
por lo que las mujeres cántaro
al anca y desde la americana
subiendo la cuesta hasta la pila
donde se lucían sabanas blancas
y manos con olor a lejía,
días de fiesta coronadas por la noria
que apenas se elevaba unos metros del suelo
mañanas de churros y tardes de caramelos,
los chaveas matando sus desengaños
intentando engañar a unas vaquillas
expertas en encierros de pueblo,
la verbena nocturna y los paseos
por la orilla la carretera hasta el parque
completaban aquellos días de gloria,
el resto escuela cuando se podía
porque la aceituna marcaba
las fechas en que se llenaba la alacena
esperando un verano que nos tostaba
las siestas bajo un sol de justicia
jugando al fútbol en cualquiera de sus eras,
Memorias de Sorihuela
hace mas de cincuenta años,
recuerdos con mucho coraje y alguna envidia
de unas gentes que con entereza
bajo la certidumbre de la esperanza,
disfrutaron de esa tierra y su pobreza...