Recuerdo con orgullo aquellos días
en que fui capaz
de hacer brillar a tu sonrisa
aquellas arruguillas
que ilustraban tu cara
como máster a la alegría,
poco a poco fui dejando de ser
aquel muñeco en tus manos
que manejabas a tu placer,
aprendí a amurallar mis miedos
hasta el desvarío de escribirte versos
cuando tu ni tan siquiera
los intentabas leer,
tampoco me arrepentí
de abrir mis venas
tanto que hasta los huesos
estuvieron cerca de romperse
por quererte como nunca nadie lo hizo,
suerte que mi cerebro no salió dañado
de lo fugaz y absurdo que fue lo nuestro
entendiendo que el mas ciego
y a todas horas fui yo mismo,
pero recuerda siempre con cariño
que no era yo aquel que se humillaba
pidiendo perdón por sus palabras
que tan solo era
puro amor que en forma de verso
destilaba un corazón enamorado...