En la estancia vacía solo se oía
el gemir de un arpa desafinada
con la columna crujida,
a la que el reloj de arena de la vida
con la calma que regala el recuerdo
había deformado el alma,
el vuelo altanero de una paloma
desde la loma al alfeizar
quebró sin apenas ruido el momento,
regalandole antojos de espuma
por el movimiento de sus alas
y una nueva vida a aquella sala vacía,
todo en ella era pudoroso
por el insigne pasado de su alcurnia,
aunque ahora sus paredes lucían
los agrietados en las pinturas
que en su día admiró medio mundo
y el otro medio rindió pleitesía
al artista que las ornamentó,
ahora con el correr del tiempo,
pobre espada mía alabada y temida
en tantos frentes ahora abandonada
a un recuerdo que como casi todos ellos
ni produce selvas virgenes
ni llena la escudilla del pordiosero...