Quizás fue la magia
de aquella aula encantada
desde la que Machado escribía,
“Entre los olivos
y la encina negra”,
el puente que unió el milagro
de una vida llena de propósitos
con la pasión por la estrofa,
un universo de palabras alineadas
con la voluntad de llegar al corazón,
la apariencia de las emociones
con la sorpresa de que efecto
es un elemento espiritual
cuando el verso en su magnanimidad
convierte en poesía una vida
y en pasión todas las alegrías…