Fueron unos bonitos helechos verdes
que marcaban el borde del precipicio
llenos de flores rojas y pistilos amarillos
los que siempre le indicaron lo que pensaba
el destino correcto hacia donde se dirigía,
una suerte apagada como el gris acero
de la espada que usaba para su defensa,
hasta que comprendió que lo más correcto
fue salir corriendo de aquella
belleza que le atormentaba,
un infinito frio donde las penas
eterna defensa en las que se refugiaba
pensando que solo había
nacido para soportarlas
se atrevieron a mostrarse embutidas
en una túnica negra con la calavera grabada,
alcanzando un tamaño con el que la suerte
brava, adquirida por el paso de los daños
transformaba su afecto en odio
hacia una muerte anunciada,
guerrero curtido en mil batallas
desenvaino su espada dispuesto
a vender cara su alma sin clavar su rodilla,
alcanzó a mirar a la cara a aquella chiquilla
que con una sola sonrisa de soslayo
le lanzaba caricias con la mirada
que hicieron a aquel ser negro e inerte
desaparecer para siempre
y es que la sonrisa fiel valedora
en la más dura de las batallas
de nuevo triunfadora sin crear heridas,
le había demostrado que un abrazo
protege siempre mucho más fuerte
que la más rígida armadura,
el paraíso siempre viajó a su lado
paralelo a sus penas y él siempre eligió
que estas vencieran hasta que una simple caricia
le guio al camino correcto donde el corazón
se erige en amo y señor de un amor
que aunque nunca le fue esquivo, le huyó
pensando que un golpe de brazo
era mucho mas poderoso
que el mas tierno de los abrazos…
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