Recuerdo mi pueblo
como un sentimiento
con la dichosa costumbre
de la falta, donde a menudo
todo el día bajo la fantasía
y la falsa promesa
de que al hacernos grandes
cambiaríamos aquellas calles
gangrenadas por la imposición,
una desazón refleja
de una vida sin complejos
que nos mostraba la televisión,
cosa seria que no entendiéramos
la inestabilidad de que ese sueño
se encontraba tan lejos
como la ingrata ingenuidad
de sentirnos arrastrados
hacia una historia
que dibujábamos sobre el barro
de aquellas calles donde dejamos
tramas tan poderosas
fieles reflejos de unas migajas
que en nuestra imaginación
brillaban como deseo,
la de nunca olvidar aquellas casas
llenas de penumbra
donde lo primero que vimos
fueron tus olivos, Sorihuela…